SIGUENOS EN FACEBOOK

Don Baby Caraballo. El hombre que confundió la solidaridad con su propio nombre. .


0b9b0fcd7f52
 

Ha muerto el más grande filántropo tamborileño de todos los tiempos.



Por Johan Rosario



La solidaridad y Don Baby parecían una misma cosa.



Él no practicaba la filantropía: la encarnaba.



Era la bondad hecha hábito, el altruismo más puro, de ese que no se anuncia sino que se ejerce con naturalidad, con esa sonrisa a flor de labios que sólo adorna a los verdaderamente grandes.



En los años 80, cuando el negocio de los carros usados apenas despuntaba y el PIB dominicano comenzaba a expandirse, fundó su conglomerado NEVESA.



Sin títulos académicos, sin los adornos formales de un directivo, levantó desde cero un sueño que se convirtió en símbolo del Cibao y orgullo de Tamboril.



Gasolineras, talleres, repuestos, autodornos, lavaderos, cafeterías, restaurantes… la expansión fue tan rápida como humilde él mismo era.



Pero más admirable que su éxito comercial fue la sinergia virtuosa que creó entre su crecimiento y su compromiso con el pueblo. Mucho antes de que la frase se pusiera de moda, Don Baby practicaba la Responsabilidad Social Corporativa de manera intuitiva, humana, silenciosa.



A su oficina en NEVESA llegaban estudiantes de todos los rincones: los tímidos, los brillantes, los carenciados, los soñadores.



Y él, con su escritorio atiborrado de papeles, pedía un cafecito “al muchachito que tengo aquí conmigo”, escuchaba, sonreía y hacía lo que mejor sabía hacer: ayudar.



Llamaba al financiero, sin rodeos ni trámites:



—“Tengo un jovencito aquí… dale una beca completa, y ponle algo también para el pasaje.”



No fueron decenas.

Fueron cientos.

Quizás miles.



Él nunca lo dijo; no sabía promoverse. Pero el pueblo sí lo gritó:



Don Baby tenía un corazón del tamaño de un país.



Su generosidad no sólo financió estudios; creó destinos.



Tamboril floreció con sus negocios: las familias que encontraron estabilidad y un plato de comida en la mesa, los jóvenes que estudiaron sin freno, los nuevos dueños de vehículos que lograban acceder a un sueño gracias a ese toque secreto de él —una alquimia entre negocio y cariño que sólo los grandes saben mezclar.



Por su empresa desfilaron talentos que hoy llevan su nombre en el alma: Pedro Peña, Dionicio Peña, Martha Germosén, Yenni García, Yumilka Díaz, Alexis Polanco…



Todos aprendieron observando al hombre que caminaba como hormiguita entre los detalles, fiel a su método y a su pueblo.



Como no pudo estudiar, se consagró a que otros sí lo hicieran. A sus hijos los formó profesionalmente; al pueblo lo impulsó con becas, préstamos, oportunidades y confianza.



Un día, con su humor irrepetible, se bautizó a sí mismo como “El Doctor”, y con la misma picardía comenzó a llamar así a medio Tamboril.



Regaló las primeras guaguas universitarias para que cientos de jóvenes pudieran estudiar en Santiago sin excusas, hizo el segundo play del pueblo, construyó canchas, clubes, y más...



---



UNA ANÉCDOTA PERSONAL: EL DÍA EN QUE ME CAMBIÓ LA VIDA



Yo mismo soy testigo de la inmensidad de su alma.



Acompañaba a Félix Díaz a NEVESA porque Don Baby le había ofrecido un carro en trueque.



Habían coincidido en la inauguración del Hospital de Tamboril, y él, al ver la guagüita casi prehistórica con la que Félix lidiaba —la misma en la que yo viajaba muchas veces— sentenció:



—“Doctor, usted es un hombre de la televisión, usted no puede andar en eso con un pestillo y lleno de polvo. Vaya por allá para hacer un intercambio y se monta como merece.”



Así Félix salió en un Oldsmobile azul, espacioso, con aire acondicionado y un confort que para la época era casi ciencia ficción.



Pero Dionicio Peña, mi amigo, tenía otro plan secreto: quería que yo también saliera montado.



Me mostró varios carros mientras yo sudaba, temblando, hurgando mis bolsillos mientras caminábamos juntos por la agencia… y encontrando apenas 20 pesos, en un billete viejo de esos que se rompían con la mirada.



Pero él señalaba un Toyota Corolla 89, rojo, diciendo que ese era mío.



Llamó entonces al Doctor. Escuché la voz inconfundible de Don Baby por el speaker:



“¿Ese no es el muchachito que escribe por el periódico?”



“¿Y cuánto tiene él de inicial?”



Yo había confesado mis 20 pesos, pero Dionicio, en un acto de complicidad divina, dijo:



“Cinco mil.”



Y la respuesta de Don Baby fue inmediata:



“Ah, pues búscale algo bonito que no pase de noventa mil… y que se vaya montado también.”



Así me enviaron donde Don Baby, el cerrador de todo lo importante.



Me miró con cariño, se quitó y puso unos lentecitos como científico, y me dijo:



“Yo sé quién tú eres, doctor… Tú vas a llegar lejos. Sigue leyendo, sigue estudiando. Yo te veo y te leo.”



Salí montado, sin saber de dónde sacaría los 5,000 pesos que Dionicio me adelantó con su mente ágil para los negocios fáciles y rápidos



Al llegar a casa, mi madre casi se infarta.



Me ordenó devolver el carro de inmediato: “¿Tú estás loco, muchacho?”



Pero mi padre, con su humildad inmensa, abrió una cajita de madera que tenía y sacó 6,000 pesos.



Y yo, queriendo que el inicial fuera más digno, recurrí a un amigo que tenía y mantiene un negocio de réditos: César Álvarez, quien me prestó sin pensarlo otros 5,000, lo cual todavía agradezco por la confianza en el imberbe que se abría a la comunicación.



Mis 20 pesos rotos se transformaron en 11,000.



Y así pasé del motoconcho, de las bolas eternas en la guagüita “Pica Piedra” de mi hermano Felix Diaz , a mi primer Toyota Corolla rojo, viviendo por primera vez el giro inmenso que da la vida cuando uno la empieza a andar sobre cuatro ruedas.



EPÍLOGO



Ese fue Don Rafael Baby Caraballo: el hombre que confundió su nombre con la solidaridad, el que no vendía carros sino destinos, el que no entregaba llaves sino oportunidades, el que no hablaba de amor al pueblo porque lo vivía cada día.



Muchos crecieron gracias a él.

Otros sobrevivieron gracias a él.

Y algunos —como yo—

tuvimos un antes y un después gracias a su mano extendida y su fe en nosotros.



Un filántropo natural.

Un benefactor silencioso.

Un gigante del alma.



Adiós, hombre inmenso. Vete a descansar con ese Dios que ya te espera, buen hombre.

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.

Dios Te Ama..